El científico y divulgador Eduard Punset publicó el siguiente artículo sobre la revolución copernicana en la revista El Semanal XL:
¿Tanto nos influyó Copérnico?
8/6/2008
Claro
que sabía que Copérnico trastocó la mentalidad de mucha gente cuando reveló que
la Tierra no era el centro del universo. Pero hasta hace muy pocos días no había
cobrado conciencia de la revolución sin precedentes que eso significó para la
comunidad pensante, los gobiernos, la Iglesia y la gente de la calle. Digo hace
unos días porque reflexioné sobre este tema la semana pasada junto al mejor historiador
de los números, las matemáticas y la ciencia que conozco. Fue durante una larga
conversación con Joseph Dauban, en el centro de posgraduados de la City
University de Nueva York, en la Quinta Avenida, enfrente del edificio del
Empire State.
Cuando
Copérnico demuestra que la Tierra no es el centro de la esfera ni de nada, sino
un planeta de una estrella mediana situada en la parte exterior de una de las
miles de millones de galaxias existentes, nadie sabe, de repente, en qué sitio
está cada uno. Los humanos, desde luego, se quedan sin morada cierta; están en
el universo sin más. El universo, en lugar de ser una esfera bien definida, es
algo inconmensurable e indefinible. Los dioses ya no presiden los
acontecimientos desde la parte superior de la esfera; vaya usted a saber desde
qué lugar del universo, fuera del espacio y del tiempo, rigen sus destinos. Los
responsables
de impartir la religión a los creyentes tuvieron que cambiar su discurso: en
lugar de predicar que el hombre se creó a imagen y semejanza de Dios, y que por
ello eran los reyes de la creación, tuvieron que aceptar que Adán y Eva eran la
última gota de la última ola del inmenso océano cósmico. Y que no teníamos una
butaca reservada en este concierto. Fue una revolución sin precedentes.
La
verdad es que cada vez me irrita más constatar que a los jóvenes no se les
enseñan las consecuencias prácticas y cotidianas de los descubrimientos científicos.
La magia, primero; los números después; las matemáticas, luego; y el resto de
la ciencia, al final, surgieron para resolver problemas muy concretos, como medir el
área en la que se cultivaba un producto determinado, o la distancia entre dos
paredes en una cueva del hombre primitivo. Con Joe Dauban estuvimos viendo un
dibujo egipcio antiguo en el que medían con una cuerda los límites de un
terreno de cultivo. La utilización de nuestra capacidad para representar un
concepto abstracto, como el espacio o el tiempo infinito, en lugar de una
simple cuerda, nos diferenció definitivamente del resto de los animales, pero
vino mucho después. Los encargados de supervisar los procesos vitales tuvieron
que aprender, primero, a calcular los impuestos vencidos, las gallinas que había
en el corral o los sacos de grano en el almacén.
¿Cuál será la próxima
gran revolución que nos va a desconcertar a todos, el descubrimiento científico
que nos dejará sin palabra, de la misma manera que Copérnico nos dejó sin un
lugar seguro? En los cenáculos planetarios de la ciencia ya se especula con
ello.
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