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martes, 15 de julio de 2014

Punset y la revolución copernicana

El científico y divulgador Eduard Punset publicó el siguiente artículo sobre la revolución copernicana en la revista El Semanal XL:

¿Tanto nos influyó Copérnico?

8/6/2008
Claro que sabía que Copérnico trastocó la mentalidad de mucha gente cuando reveló que la Tierra no era el centro del universo. Pero hasta hace muy pocos días no había cobrado conciencia de la revolución sin precedentes que eso significó para la comunidad pensante, los gobiernos, la Iglesia y la gente de la calle. Digo hace unos días porque reflexioné sobre este tema la semana pasada junto al mejor historiador de los números, las matemáticas y la ciencia que conozco. Fue durante una larga conversación con Joseph Dauban, en el centro de posgraduados de la City University de Nueva York, en la Quinta Avenida, enfrente del edificio del Empire State.

 Hasta entonces la humanidad, el mundo, el universo y los dioses se movían en un orden perfecto en virtud del cual todos sabían dónde estaban. Una esfera –cuyo centro era la Tierra– envolvía todo lo existente, repartiendo cada cosa a su sitio, incluidos los dioses, que lo hacían y deshacían todo desde la parte superior de la esfera o justo por encima de ella. Debajo, en las capas interiores, deambulaba el género humano. Era el mundo figurado por el filósofo Platón mucho antes de Jesucristo, caracterizado por su carácter finito, bien distribuidos los objetos animados e inanimados en el recinto marcado por la esfera.

Cuando Copérnico demuestra que la Tierra no es el centro de la esfera ni de nada, sino un planeta de una estrella mediana situada en la parte exterior de una de las miles de millones de galaxias existentes, nadie sabe, de repente, en qué sitio está cada uno. Los humanos, desde luego, se quedan sin morada cierta; están en el universo sin más. El universo, en lugar de ser una esfera bien definida, es algo inconmensurable e indefinible. Los dioses ya no presiden los acontecimientos desde la parte superior de la esfera; vaya usted a saber desde qué lugar del universo, fuera del espacio y del tiempo, rigen sus destinos. Los responsables de impartir la religión a los creyentes tuvieron que cambiar su discurso: en lugar de predicar que el hombre se creó a imagen y semejanza de Dios, y que por ello eran los reyes de la creación, tuvieron que aceptar que Adán y Eva eran la última gota de la última ola del inmenso océano cósmico. Y que no teníamos una butaca reservada en este concierto. Fue una revolución sin precedentes.

La verdad es que cada vez me irrita más constatar que a los jóvenes no se les enseñan las consecuencias prácticas y cotidianas de los descubrimientos científicos. La magia, primero; los números después; las matemáticas, luego; y el resto de la ciencia, al final, surgieron para resolver problemas muy concretos, como medir el área en la que se cultivaba un producto determinado, o la distancia entre dos paredes en una cueva del hombre primitivo. Con Joe Dauban estuvimos viendo un dibujo egipcio antiguo en el que medían con una cuerda los límites de un terreno de cultivo. La utilización de nuestra capacidad para representar un concepto abstracto, como el espacio o el tiempo infinito, en lugar de una simple cuerda, nos diferenció definitivamente del resto de los animales, pero vino mucho después. Los encargados de supervisar los procesos vitales tuvieron que aprender, primero, a calcular los impuestos vencidos, las gallinas que había en el corral o los sacos de grano en el almacén.
 
¿Cuál será la próxima gran revolución que nos va a desconcertar a todos, el descubrimiento científico que nos dejará sin palabra, de la misma manera que Copérnico nos dejó sin un lugar seguro? En los cenáculos planetarios de la ciencia ya se especula con ello.
 
 

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