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jueves, 8 de enero de 2015

¿Qué es un "no lugar"?

"El hombre se presentó con anticipación al control policial para hacer algunas compras en el duty free… saboreaba la impresión de libertad que la daban a la vez el hecho de haberse liberado del equipaje y, más íntimamente, la certeza de que sólo había que esperar el desarrollo de los acontecimientos ahora que se había puesto en regla, que ya había guardado la tarjeta de embarque y había declarado su identidad…”
(Marc Augé, Los no lugares: espacios de anonimato, Barcelona, Gedisa, 1997, p.10)
Transitamos por ellos a diario. Los cruzamos, los recorremos, los cabalgamos. Pasamos fugaces por sus colosales arterias sin detenernos. A decir verdad, no fueron concebidos para que el viajero detuviese en ellos sus pasos: aeropuertos, estaciones de tren, metro o autobús, salas impacientes de espera, galerías comerciales, autopistas o polígonos industriales... Todos los surcamos día a día, propulsados por una prisa que nos impide re-parar en dichos espacios de tránsito.
En 1993, el sociólogo francés Marc Augé calificó estos espacios de transición como "no lugares". Hoy pretendemos detenernos en ellos –que paradoja- y acercarnos a la obra que los analiza (Los no lugares: espacios de anonimato, Barcelona, Gedisa, 1997).
 

En primer lugar, deberíamos preguntarnos: ¿Qué es un "no lugar"? "Los no lugares -afirma Augé- son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta" (ibid: 41).  En otras palabras, se trata de espacios impersonales, desalmados, desustancializados, licuados por una especie de confort artificial que todo lo equipara. Un no-lugar es un espacio inhabitable, imposible de transformar en nuestro hogar, una especie de hilo invisible que enlaza dos lugares con entidad propia, con historia personal y colectiva.  
"A la entrada de las ciudades, en el espacio triste de los grandes complejos, de las zonas industrializadas y de los supermercados, están plantados los anuncios que nos invitan a visitar los monumentos antiguos. A lo largo de autopistas se multiplican las referencias a las curiosidades locales que deberían retenernos aun cuando estamos de paso, como si la alusión al tiempo y a los lugares antiguos no fuese hoy sino una manera de mentar el espacio presente" (ibid: 79).
Esta es quizás la contraposición máxima entre los lugares y los no-lugares. Los primeros gozan de intrahistoria, son el resultado de una evolución de habitabilidad. Cuando enfatizamos que Sevilla es una ciudad de raíces tartesas en las que se han asentando romanos, árabes, judíos y un sinfín de pueblos, lo que realmente ponemos de manifiesto es el hecho sustancial de que se ha ido conformando como abrigo cultural concebido para con-vivir. Así, “si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”. Los no lugares son entidades ahistóricas, vacías desde el punto de vista temporal, homogéneas en su mobiliario. Cuando visitas un aeropuerto visitas al mismo tiempo todos los aeropuertos del mundo, cuando entras en un Ikea ya conoces la estructura de todos los demás y cuando comprendes cómo moverte por las carreteras de circunvalación de una gran ciudad estás incubando el virus de todas las otras autopistas que rodean las grandes metrópolis contemporáneas.
El último aspecto de los no lugares tiene que ver con sus viajeros o, mejor dicho, usuarios.
El pasajero de los no lugares sólo encuentra su identidad en el control aduanero, en el peaje o en la caja registradora. Mientras espera, obedece al mismo código que los demás… el espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud. Tampoco le da lugar a la historia, eventualmente transformada en elemento de espectáculo, es decir, por lo general, en textos alusivos. Allí reinan la actualidad y la urgencia del momento presente”. (Ibid:107)
Cuando uno aborda un no lugar no es propiamente un viajero, sino que se transforma en transeúnte, alguien que simplemente "pasaba por allí", un espectador acrítico y despreocupado, al margen, consciente de que ese lugar que transita no le pertenece y, por tanto, no le afecta. Podemos decir que el viaje tiene siempre una dimensión histórica y de habitabilidad. Atravesamos los no lugares sin historia y visitamos o habitamos los lugares que han creado intrahistorias colectivas o individuales. Esta antítesis la recoge Augé en los siguientes términos:
"El viaje… construye una relación ficticia entre mirada y paisaje. Y si se llama espacio la práctica de los lugares que define específicamente el viaje, es necesario agregar también que hay espacios donde el individuo se siente como espectador sin que la naturaleza del espectáculo le importe verdaderamente" (ibid:91).
 
 
 
 

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