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jueves, 27 de agosto de 2015

Contexto kantiano

Contexto histórico, cultural y filosófico de Kant
Todas las obras de Kant pueden resumirse en un propósito que les da unidad: realizar una crítica radical de la razón humana. La razón es la gran protagonista de la cultura europea del siglo XVIII, y Kant considera que ha llegado el momento de examinar a fondo sus alcances y límites, para evitar que se pierda en inútiles discusiones sin sentido. Dos grandes obras tratan de cada uno de los dos usos posibles de la razón: la Crítica de la Razón Pura ( 1781) se ocupa del uso teórico de la razón, tal y como se emplea en las ciencias; la Crítica de la Razón Práctica ( 1788) examina su uso práctico, tal y como se expresa en la experiencia moral. Estos son los dos grandes temas de los que se ocupa la razón: conocer la naturaleza y dirigir moralmente las acciones humanas.


Contexto histórico
En cuanto al contexto histórico en el que cabe situar el texto que comentamos, es necesario decir que la vida de Kant llena buena parte del siglo XVIII y que, por ello, sus preocupaciones son las propias de la cultura europea de su tiempo. Desde el punto de vista político, se agudizan los conflictos que ya se habían planteado en el siglo anterior y se incuba la Revolución Francesa de 1789: la sociedad sigue siendo aristocrática y la nobleza se aferra a sus privilegios. Pero la burguesía va acumulando cada vez más poder real ante la tendencia absolutista de muchas monarquías europeas. La situación es cada vez más explosiva, porque la estructura política cada vez se corresponde menos con la distribución real del poder. En Prusia, donde nació y vivió Kant, así como en Austria y Rusia, por ejemplo, se desarrollan los llamados “despotismos ilustrados” cuyo lema, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, choca frontalmente con las pretensiones de una nueva clase social en pujante ascenso.

Desde el punto de vista económico también hay novedades. Si bien la economía sigue siendo básicamente agraria, se empieza a desarrollar (sobre todo en Inglaterra) la revolución industrial, que cambiaría radicalmente el modo de producción en el siglo siguiente. La población, después del estancamiento del siglo XVII, experimenta un considerable crecimiento, hasta el punto de que también se habla en este sentido de “revolución demográfica”. El mundo europeo se amplía a finales del siglo con la aparición en escena de los Estados Unidos, cuya Constitución es la primera de la historia y que en poco tiempo se convertiría en la primera potencia industrial.

Como se ve, el siglo XVIII es un siglo de revoluciones, sobre todo a partir de su segunda mitad, período que coincide con la vida activa de Kant. Especialmente significativa fue la Revolución Francesa (1789) que, en un primer momento, expandió desde Francia los deseos de cambio y, posteriormente, presa de sus propias contradicciones, acabó polarizando a Europa entre los partidarios de los cambios y los que, aferrados a la tradición, veían en la sangre derramada por el espíritu revolucionario una prueba más de su carácter cruel e innecesario. Modelo examen Kant

Contexto cultural
Culturalmente hablando, la razón es la gran protagonista de las profundas transformaciones que se van produciendo a lo largo del siglo XVIII. Pero se trata de un modelo de razón distinto al de los griegos o al racionalismo de Descartes. Entre otros motivos, porque se ha forjado teniendo en cuenta el influjo de la revolución científica iniciada en el siglo anterior (sobre todo, por obra de Newton). Entre los intelectuales de la época existe la convicción de que no existen límites para transformar el mundo guiados por la fuerza crítica de la razón. Aparece con fuerza la idea de progreso: la Humanidad ha abandonado definitivamente la oscuridad de una Edad Media cargada de supersticiones y se prepara para resolver todos sus problemas a la luz de la razón.

De hecho, suele llamarse a este siglo como el “siglo de las luces” o de “la ilustración”: en palabras de Kant, se ha llegado a “la mayoría de edad de la razón” y se trata ahora de aplicar un nuevo programa: “sapere aude!”. Pocas veces la filosofía ha estado tan “de moda”: hasta los monarcas absolutistas se rodean de filósofos como educadores. Si bien es verdad, por otro lado, que también hay autores, como Rousseau, que se desmarcan de este clima de optimismo generalizado.

Desde el punto de vista ideológico, se abre paso el liberalismo, tanto en la economía como en la política, manteniendo un largo conflicto con las posturas absolutistas y proteccionistas. La religión sigue presente (el ateísmo es aún una actitud minoritaria) pero se transforma profundamente, al menos entre los intelectuales de la época. Se propone un modelo de “religión natural”, desprovista de dogmas y abierta a la tolerancia y al respeto a las opiniones ajenas. Kant, en este sentido, realiza agudos análisis del hecho religioso y comparte con el resto de los ilustrados su oposición crítica a la nefasta influencia del modelo de religión tradicional, que fomenta todo tipo de supersticiones y ancla a los hombres en la minoría de edad. Se asiste, pues, a un proceso general de “secularización”: el mundo ya no es considerado como un producto misterioso de lo divino sino como el campo de acción idóneo para la razón humana, que se basta a sí misma para comprenderlo y transformarlo.

En síntesis, el siglo de las luces presenta, como todas las grandes épocas históricas, profundas contradicciones. Las posiciones dogmáticas y absolutistas no quieren ceder sus privilegios y se enfrentan a una nueva manera de entender el mundo y la historia. Se originan allí los grandes problemas ideológicos que van a desarrollarse en los siglos XIX y XX, enriquecidos con nuevos acontecimientos históricos.

Contexto filosófico
Filosóficamente hablando, la postura de Kant representa, en este contexto, la síntesis más madura del siglo de la Ilustración. Así, el pensamiento kantiano está fuertemente influenciado por los planteamientos racionalista y empirista, así como por la física newtoniana; pero Kant no se decanta unilateralmente a favor de ninguno de ellos. A través de la obra de Newton llega a la conclusión de que la filosofía, al igual que la ciencia, debe dirigir su mirada a la experiencia. Indudablemente, Kant no toma a la experiencia en el sentido en el que se la planteó Hume, sino que, con Locke, admitirá que la razón no puede ir más allá de los límites de la experiencia. Es decir, Kant no concluirá, como Hume, que del análisis de la experiencia sensible debamos llegar a la conclusión de que no puede haber leyes de carácter general que rijan o expliquen esa misma experiencia.

Partiendo de este supuesto, Kant reflexiona sobre el método de investigación que la filosofía ha de seguir, si es que realmente aspira a ser una ciencia. Desde este planteamiento se cuestiona Kant cómo es posible el conocimiento. Este problema será uno de los presupuestos fundamentales de su propuesta filosófica. No es posible entender bien tal planteamiento sin comprender, por un lado, el cuestionamiento que hace de la metafísica de corte racionalista (concebida como la ciencia de todos los objetos posibles en cuanto que son posibles); por otro, su concepción de la filosofía, que comparte con Wolf y Baumgarten, como un saber cuyo único tribunal es la razón misma, en su relativa independencia respecto a lo empírico y en su facultad de establecer leyes; y, por último, su concepción de la experiencia sensible como límite de aplicación válido de la razón, y en consecuencia, como límite del conocimiento mismo ( contribución fundamental que Kant aceptó del empirismo británico). Cómo hacer compatibles estas premisas será la tarea que Kant emprende y que desemboca en lo que se denomina “filosofía crítica”.


Finalmente, cabe destacar asimismo la revisión que, con respecto al sujeto del conocimiento, realiza Kant frente al papel que se le había otorgado en el modelo racionalista. En efecto, piensa Kant que el sujeto es el que, activamente, ordena el material que nos suministra la experiencia sensible y que todo principio de síntesis proviene de su propio modo de conocer, pero no hasta el extremo de que esa labor se confunda con una concepción innatista, es decir, la realidad empírica no se deduce de nuestro yo, sino que es entendida y comprendida desde nuestras estructuras de conocimiento. Así, el “yo puro” del racionalismo da paso al “yo trascendental”, las cosas se amoldan a nosotros, pero las cosas existen, tienen una entidad independiente del sujeto que las conoce de un único modo posible: el suyo propio.

Fuente: I.E.S. Séneca

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