Contexto histórico, cultural y filosófico de Kant
Todas las obras de Kant pueden
resumirse en un propósito que les da unidad: realizar una crítica radical de la
razón humana. La razón es la gran protagonista de la cultura europea del siglo XVIII,
y Kant considera que ha llegado el momento de examinar a fondo sus alcances y
límites, para evitar que se pierda en inútiles discusiones sin sentido. Dos
grandes obras tratan de cada uno de los dos usos posibles de la razón: la
Crítica de la Razón Pura ( 1781) se ocupa del uso teórico de la razón, tal y
como se emplea en las ciencias; la Crítica de la Razón Práctica ( 1788) examina
su uso práctico, tal y como se expresa en la experiencia moral. Estos son los
dos grandes temas de los que se ocupa la razón: conocer la naturaleza y dirigir
moralmente las acciones humanas.
Contexto histórico
En cuanto al contexto histórico en el que cabe situar el texto que comentamos,
es necesario decir que la vida de Kant llena buena parte del siglo XVIII y que,
por ello, sus preocupaciones son las propias de la cultura europea de su
tiempo. Desde el punto de vista político, se agudizan los conflictos que ya se
habían planteado en el siglo anterior y se incuba la Revolución Francesa de
1789: la sociedad sigue siendo aristocrática y la nobleza se aferra a sus
privilegios. Pero la burguesía va acumulando cada vez más poder real ante la
tendencia absolutista de muchas monarquías europeas. La situación es cada vez
más explosiva, porque la estructura política cada vez se corresponde menos con la
distribución real del poder. En Prusia, donde nació y vivió Kant, así como en
Austria y Rusia, por ejemplo, se desarrollan los llamados “despotismos
ilustrados” cuyo lema, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, choca
frontalmente con las pretensiones de una nueva clase social en pujante ascenso.
Desde el punto de vista económico
también hay novedades. Si bien la economía sigue siendo básicamente agraria, se
empieza a desarrollar (sobre todo en Inglaterra) la revolución industrial, que
cambiaría radicalmente el modo de producción en el siglo siguiente. La
población, después del estancamiento del siglo XVII, experimenta un
considerable crecimiento, hasta el punto de que también se habla en este
sentido de “revolución demográfica”. El mundo europeo se amplía a finales del
siglo con la aparición en escena de los Estados Unidos, cuya Constitución es la
primera de la historia y que en poco tiempo se convertiría en la primera
potencia industrial.
Como se ve, el siglo XVIII es un
siglo de revoluciones, sobre todo a partir de su segunda mitad, período que
coincide con la vida activa de Kant. Especialmente significativa fue la
Revolución Francesa (1789) que, en un primer momento, expandió desde Francia
los deseos de cambio y, posteriormente, presa de sus propias contradicciones,
acabó polarizando a Europa entre los partidarios de los cambios y los que,
aferrados a la tradición, veían en la sangre derramada por el espíritu
revolucionario una prueba más de su carácter cruel e innecesario. Modelo examen
Kant
Contexto cultural
Culturalmente hablando, la razón
es la gran protagonista de las profundas transformaciones que se van
produciendo a lo largo del siglo XVIII. Pero se trata de un modelo de razón
distinto al de los griegos o al racionalismo de Descartes. Entre otros motivos,
porque se ha forjado teniendo en cuenta el influjo de la revolución científica
iniciada en el siglo anterior (sobre todo, por obra de Newton). Entre los
intelectuales de la época existe la convicción de que no existen límites para
transformar el mundo guiados por la fuerza crítica de la razón. Aparece con
fuerza la idea de progreso: la Humanidad ha abandonado definitivamente la
oscuridad de una Edad Media cargada de supersticiones y se prepara para
resolver todos sus problemas a la luz de la razón.
De hecho, suele llamarse a este
siglo como el “siglo de las luces” o de “la ilustración”: en palabras de Kant,
se ha llegado a “la mayoría de edad de la razón” y se trata ahora de aplicar un
nuevo programa: “sapere aude!”. Pocas veces la filosofía ha estado tan “de
moda”: hasta los monarcas absolutistas se rodean de filósofos como educadores.
Si bien es verdad, por otro lado, que también hay autores, como Rousseau, que
se desmarcan de este clima de optimismo generalizado.
Desde el punto de vista
ideológico, se abre paso el liberalismo, tanto en la economía como en la
política, manteniendo un largo conflicto con las posturas absolutistas y
proteccionistas. La religión sigue presente (el ateísmo es aún una actitud
minoritaria) pero se transforma profundamente, al menos entre los intelectuales
de la época. Se propone un modelo de “religión natural”, desprovista de dogmas
y abierta a la tolerancia y al respeto a las opiniones ajenas. Kant, en este
sentido, realiza agudos análisis del hecho religioso y comparte con el resto de
los ilustrados su oposición crítica a la nefasta influencia del modelo de
religión tradicional, que fomenta todo tipo de supersticiones y ancla a los
hombres en la minoría de edad. Se asiste, pues, a un proceso general de
“secularización”: el mundo ya no es considerado como un producto misterioso de
lo divino sino como el campo de acción idóneo para la razón humana, que se
basta a sí misma para comprenderlo y transformarlo.
En síntesis, el siglo de las
luces presenta, como todas las grandes épocas históricas, profundas
contradicciones. Las posiciones dogmáticas y absolutistas no quieren ceder sus
privilegios y se enfrentan a una nueva manera de entender el mundo y la
historia. Se originan allí los grandes problemas ideológicos que van a
desarrollarse en los siglos XIX y XX, enriquecidos con nuevos acontecimientos
históricos.
Contexto filosófico
Filosóficamente hablando, la
postura de Kant representa, en este contexto, la síntesis más madura del siglo
de la Ilustración. Así, el pensamiento kantiano está fuertemente influenciado
por los planteamientos racionalista y empirista, así como por la física
newtoniana; pero Kant no se decanta unilateralmente a favor de ninguno de
ellos. A través de la obra de Newton llega a la conclusión de que la filosofía,
al igual que la ciencia, debe dirigir su mirada a la experiencia.
Indudablemente, Kant no toma a la experiencia en el sentido en el que se la
planteó Hume, sino que, con Locke, admitirá que la razón no puede ir más allá
de los límites de la experiencia. Es decir, Kant no concluirá, como Hume, que
del análisis de la experiencia sensible debamos llegar a la conclusión de que
no puede haber leyes de carácter general que rijan o expliquen esa misma
experiencia.
Partiendo de este supuesto, Kant
reflexiona sobre el método de investigación que la filosofía ha de seguir, si
es que realmente aspira a ser una ciencia. Desde este planteamiento se
cuestiona Kant cómo es posible el conocimiento. Este problema será uno de los
presupuestos fundamentales de su propuesta filosófica. No es posible entender
bien tal planteamiento sin comprender, por un lado, el cuestionamiento que hace
de la metafísica de corte racionalista (concebida como la ciencia de todos los
objetos posibles en cuanto que son posibles); por otro, su concepción de la
filosofía, que comparte con Wolf y Baumgarten, como un saber cuyo único
tribunal es la razón misma, en su relativa independencia respecto a lo empírico
y en su facultad de establecer leyes; y, por último, su concepción de la
experiencia sensible como límite de aplicación válido de la razón, y en
consecuencia, como límite del conocimiento mismo ( contribución fundamental que
Kant aceptó del empirismo británico). Cómo hacer compatibles estas premisas
será la tarea que Kant emprende y que desemboca en lo que se denomina
“filosofía crítica”.
Finalmente, cabe destacar
asimismo la revisión que, con respecto al sujeto del conocimiento, realiza Kant
frente al papel que se le había otorgado en el modelo racionalista. En efecto,
piensa Kant que el sujeto es el que, activamente, ordena el material que nos
suministra la experiencia sensible y que todo principio de síntesis proviene de
su propio modo de conocer, pero no hasta el extremo de que esa labor se
confunda con una concepción innatista, es decir, la realidad empírica no se
deduce de nuestro yo, sino que es entendida y comprendida desde nuestras
estructuras de conocimiento. Así, el “yo puro” del racionalismo da paso al “yo
trascendental”, las cosas se amoldan a nosotros, pero las cosas existen, tienen
una entidad independiente del sujeto que las conoce de un único modo posible:
el suyo propio.
Fuente: I.E.S. Séneca
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