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jueves, 9 de octubre de 2014

La rosa: mística de la simplicidad

La literatura clásica ha recurrido con frecuencia a grandes arquetipos temáticos. Son los llamados temas universales que nos acercan e incluso encadenan con la tradición, nos muestran qué somos y cómo determinados mitos han pervivido pese al paso del tiempo. Así, para reconocernos hoy solemos contemplar el pasado anhelando rastros-huella de lo que fuimos. En el fondo, nos estamos preguntando si como especie seguimos siendo lo que éramos, si nos reconocemos en ese espejo que devuelve nuestra imagen. El amor, la invitación al viaje o el paso del tiempo son algunos de estos asuntos atemporales de la literatura y bajo ellos se esconden figuras poéticas que no desaparecen jamás del imaginario colectivo. Una de esas figuras esbeltas y permanentes es el tema que hoy nos ocupa: la rosa como recurso literario.
La imagen mística de la rosa se ha ido acotando y perfilando con el paso del tiempo. Es un elemento natural bello, no cabe duda, pero la tradición la ha ido dotando de otra cualidad que la hace a todas luces más atractiva: la simplicidad. La rosa combina para el pensamiento occidental la mezcla precisa que devuelve la elegancia, la rosa es bella al tiempo que simple.
Por orden cronológico, el primero de estos ejemplos lo encontramos en el poeta latino Horacio: "Me desagradan las guirnaldas trenzadas sobre la corteza de tilo; deja de indagar dónde la rosa crece, tardía". En otras palabras, huye del decorado, de la artificiosidad y no pretendas adentrarte por senderos que la propia rosa no desea mostrarte, acepta el límite del conocimiento, aprende a vivir en la humildad de la ignorancia. 
 
Muchacho: detesto el boato persa,
me desagradan las guirnaldas trenzadas sobre corteza de tilo;
deja de indagar dónde la rosa
crece, tardía.
(Horacio, Oda I 38)
 
El segundo poema persiste en la mística de la simplicidad, al tiempo que enfatiza la dimensión diminuta del ser humano frente a la inmensidad de la naturaleza. Nos topamos en este caso con una rosa que huye de toda pretensión de sentido y que para más inri ni siquiera nos precisa. Es la rosa autárquica, muda y silenciosa del poeta místico Angelus Silesius. En cierta medida, esta rosa nihiliza al ser humano, no requiere una conciencia que la perciba para ser lo que es:
 


La rosa es sin porqué,
florece porque florece,
no cuida de sí,
ni pregunta si la ven.
(S. XVII, Angelus Silesius)
 
La rosa de Silesius representa la culminación del objeto des-preocupado por el sujeto, simplemente se da, acontece, está-ahí al más puro estilo heideggeriano, no sometida a la "sorge", limpia de cualquier preocupación, ajena a todo desasosiego.
El viaje de la estética y austera rosa se adentra entonces en la poesía de Juan Ramón Jiménez, en las maniobras orientales de una literatura intimista que no precisa del retoque ni del halago innecesario. La rosa como figura literaria se va ensimismando cada vez más, proyecta su luz sobre sí misma, ha acabado con cualquier pretensión humana, no nos precisa para ser preciosa, no busca el contacto con una conciencia que la piense, se constituye por sí misma y sólo para sí misma.
 
EL POEMA
I
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!
(1917, Juan Ramón Jiménez)
 
No re-tocar más la rosa implica volver a apostar por la vieja idea silesiana de la despreocupación, reafirmarse en que se da como se da, en que acontece ante nosotros -la rosa- desinteresadamente, desprovista de todo, purificada, esencial.
El final del trayecto místico de la rosa como figura literaria lo representa el archiconocido principio de identidad (A=A), la evidencia pulcra de que "una rosa es -simple y llanamente- una rosa", austera en tanto que autosuficiente. Una rosa es eso, una rosa, y no precisa de complemento alguno para erigirse en rosa. Su triunfo y su belleza radican en esta inocente simplicidad.
 
Una rosa es una rosa es una rosa
(1913, Gertrude Stein)
 
 
La rosa identitaria de Gertrude Stein no es más que la rosa intocable de Juan Ramón, y ésta no es sino la rosa despreocupada del místico Silesius y una reconversión de la rosa ignorante de Horacio. Si atendemos a nuestra propia tradición, regalar una rosa implica recurrir a la belleza natural, pero también adentrarnos en la mística de la simplicidad.
 
 


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