La filosofía es un invento de occidente. Un lujo del ser humano al que no todos tienen acceso, un juego de la mente del que nos ocupamos cuando nuestras necesidades primarias se hallan plenamente satisfechas. Conviene recordar aquel viejo latinajo -en ocasiones atribuido a Hobbes- que afirmaba eso de "Primum vivere, deinde philosophari" (Primero vivir, luego filosofar). Quizás sea este carácter "lúdico" de la disciplina lo que explica por qué no existen renombrados pensadores africanos. El continente negro se ha visto arrollado por su propia circunstancia, por extremas situaciones de hambre, guerra y enfermedad. No cabe la reflexión pausada allí donde apremia la sed o el dolor.
Ahora bien, que no haya trascendido el nombre de importantes autores no significa que no exista una filosofía de vida, un modo de hallarse en el mundo, una forma típica en que su gente se enfrente a la realidad. África sí ha tenido filosofía, pero filosofía cotidiana y humilde como el propio continente.
Si occidente modeló el "carpe diem" como vía y guía de una cierta idea de hedonismo, los africanos le dieron el nombre de "Hakuna matata".